jueves, 22 de agosto de 2013

Relato.

La gotera que había en el techo hacia imposible el hecho de dormirme. El sonido era molesto, gota a gota recaía por mi rostro y parecía el tic-tac de un reloj eterno. En un instante, cerré los ojos. Y una vez más, los recuerdos se apoderaban de mi con más fuerza, con más ganas. Era una tortura lenta y dolorosa que ardía por mi pecho impidiéndome que olvidara todo aquello que un día quise recordar por siempre. Parece mentira que las promesas sólo sean eso, promesas cargadas de ilusión, de esperanza y de sentimientos. Una simple palabra en la que ponemos parte de nosotros mismos, dejándonos llevar por la persona. Y a mí esa persona me llevó a la locura, a la maldita locura de amarnos como si no hubiese un mañana, a no querer estar un instante sin ella, a dejar que entrase en mi interior, tan a dentro, que me doliese hasta al respirar. La había amado de verdad y aún lo seguía haciendo. ¿Qué por qué? No lo sé. Quizás por sus ojos o por su sonrisa en la que una noche cualquiera me hicieron preso de ellos. Tal vez de sus besos cálidos recorriendo por mi cuello, poco a poco, como subiendo hacia al cielo para quedarnos tendidos en una nube, suave, con ternura. Quizás fue ella misma la que me enamoró, pero ahora solo queda la duda y un ''adiós'' clavado en mí. No me lo dijo, pero cuando la vi marchar, lo supe de inmediato y lo peor es que no la retuve a mi lado. No se lo impedí, ni la planté un beso susurrado de un ''quédate, por favor''. La dejé marchar como si nada Supongo que de tantas veces que me dijo que se iba a quedar a mi lado, no asimilé que ese momento podía llegar de un día para otro. Supongo que era más fácil esperar una llamada acompañado de un ''te echo de menos'' que ir a lanzarme en su busca. Y ahora, aquí estoy, esperando lo que nunca llega, echando de menos a alguien que ni se acuerda de mi nombre, recordando los momentos en los que yo era feliz con ella y entendiendo por qué ahora no. Supongo, que me lo he ganado. Han pasado unos años desde que el deseo había acabado con nosotros pero eso no ha hecho que olvide como empezó todo, ni tampoco como acabó ni tan siquiera el trascurso del tiempo que pasamos juntos hasta entonces. Estaba junto a la orilla, enfadada con el mundo, con los ojos apunto de estallar y con la respiración agitada. La vi y no sé por qué, me acerqué. Alomejor fue cosa del destino o de mi intuición, pero tenía que hacerlo. Me senté a su lado y no dije nada, tan solo la miré. Creo que eso dijo más que todas las palabras que pudieran existir. Me dedicó una sonrisa como pudo, y nos quedamos contemplando la luna reflejada en el mar, con la mente en blanco. Cuando se levantó, lo hice yo también y la empecé a seguir por media playa más, hasta que ya se empezaba a preocupar sobre quién era yo, y qué quería. Tampoco me lo dijo y también lo supe. Era como una conexión con ella especial, que de tan solo pensarlo me daban escalofríos e inevitablemente ya no pude dejarla salir una vez que entró en mi vida. Se cansó y me gritó un ''déjame en paz'' con lágrimas en los ojos, explotó. Si me hubiese conocido tiempo atrás, hubiese sabido que no la haría caso, como pasó esa noche. Sin pensármelo dos veces la cogí y la llevé en medio del mar. Gritó y me golpeaba pero la era inútil. Cuando la dejé en el agua y estábamos los dos, frente a frente, mientras las olas nos golpeaban fuerte , la solté: ''Puedes enfadarte con el mundo, pero no conmigo'' sarcástico, y en apenas unos segundos, su enfado se cambió por sonrisas. Nos empezábamos a reír en mitad de las olas como tontos sin ningún motivo lógico y poco a poco me acerqué y... Me fui corriendo hacia la orilla para que me siguiera, y lo conseguí. Terminamos tendidos en el suelo, con una sonrisa en los labios y llenos de arena. Derrepente, nos quedamos en silencio, mirándonos. Alcé mi mano para acariciarla y la besé. No fue un beso de esos cualquiera, sino uno cálido, suave, bonito. Sentí una sensación extraña, como si reventara los termómetros de la felicidad dentro de mí y me había dado cuenta que sin apenas conocerla, la quería. Pasaban los días y ese sentimiento no sólo permanecía ahí, sino que aumentaba con tan solo verla llegar a mí con su típica forma de andar y sus ''te quiero'' en forma de susurro a mis oídos. No sé qué pasó para que esté hoy aquí recordándolo, muerto del asco en mi sucio apartamento en donde un día, me quedaba viéndola dormir hasta el amanecer, en donde los sábados noche se resumían en un par de películas viéndolas juntos, en donde éramos felices. Nunca lo he superado. ¿Es normal que después de tanto tiempo, la siga echando de menos como el primer día? ¿Es normal que acabe mirando cada minuto mi móvil para ver si hay algún mensaje, algo, que me haga recuperar la esperanza? ¿Es normal, que la siga queriendo? Y lo peor, que sabiendo la respuesta a mis mismas preguntas, me sigo torturando día a día con lo mismo. A veces me dan ganas de salir a buscarla esté donde esté y soltarle todo esto que me asfixia como si llevara conmigo un saco de piedras cargado en la espalda. Y creo que ya he pasado bastante tiempo escondido y refugiándome en algo que ni tan siquiera sé de seguro. Voy a encontrarla, a decirla lo que nunca he sido capaz, a liberarme y liberar toda esta adrenalina que siento en mi interior. Es como saltar de un puente, sabes que puedes hacerte daño si la persona no está ahí para cogerte. Pero la pregunta es, ¿Te atreverías a saltar por la persona que más quieres? Yo sí.  

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