lunes, 29 de julio de 2013

Relato.

Me subí a ese coche sin pensar las consecuencias que eso conllevaba. Me dejé guiar por mi instinto, pero no siempre acierta. No sabía a dónde iba, ni quiénes eran, pero no me importaba, ni estaba asustada. A veces, empezar de cero es de cobardes. En otras, es necesario, la única opción de que los recuerdos, por un momento, dejen de dolerte. Y supongo que mi herida aún estaba abierta, como si yo misma indagara en ella. La misma herida que me hice con el paso de los años, del tiempo. Quizás fue un error haberme subido en aquel coche, pero tan sólo era otro más entre tantos que aún ni he asimilado, ni he aprendido. Veía el paisaje tras el cristal, lo contemplaba fijándome en cada detalle, por milésimo que fuera, apreciándolo. Mientras, el silencio se apoderaba de todos los que estábamos en el mismo coche sin decir ni una palabra, sólo oyendo el ruido de nuestra respiración, con la cabeza en otra parte, pensando. Fuésemos, donde fuésemos, sabía que era lejos y no sé por qué, pero me gustó. Después de horas, paramos en un bar en medio del campo. No había casi nadie en él, solo un hombre intentando encontrar su suerte en una tragaperras, tragando sus monedas, y su orgullo. Me quedé un rato mirándole, hasta que se dio cuenta. Clavó su mirada en mí y pude contemplar sus ojos azules llenos de desilusión y batallas perdidas con el propio destino. Mantuve mi mirada firme, y volvió a lo suyo. No dejé de mirarle. Seguía pulsando botones sin saber muy bien a cuál tenía que dar, con la mirada perdida en el juego, ilusionándose por momentos, desilusionándose por segundos, todo el rato. Después de unos minutos, me agarraron el brazo y me llevaron de vuelta al coche, yo no me negué, ni tan siquiera me revelé, asentí y obedecí. La intriga de a dónde iba a ir, qué iba a ser de mí, seguía ahí, reconcomiéndome por dentro muy poco a poco. Perdida en mis pensamientos, o mejor dicho, perdida en sí, seguía haciéndome la misma pregunta: ¿Por qué? Pero en cuestión de minutos, uno de los chicos se apoyó en mí tras haberse quedado dormido. Le miré y le aparté en caricia los mechones rubios que caían por su cara, lentamente. Me gustó la sensación, así que volví a acariciarle la cara suavemente, una y otra vez. ¿Me había gustado la sensación de tener a alguien a mi lado, o realmente he sentido a lo que hoy en día llaman flechazo? En mi rostro apareció una pequeña sonrisa que dio respuesta a mi pregunta. Sentí miedo y felicidad a la vez, como apunto de caer sin saber si al final estará esa persona para cogerte. He visto con mis propios ojos, a muchísima gente arriesgándose por lo que quería, querer darlo todo por una sola persona aún existiendo millones en la Tierra. He visto como se han querido de verdad y han acabado odiándose. He sentido que el amor y el odio están en el mismo puente, uno a cada extremo, y tú decides a qué dirección quieres ir y con quién o con quiénes. Con todo esto, quiero decir que si amas, tendrás miedo. Miedo a que un día se acabe todo como empezó. Miedo a quedar preso en un pasado continuo, a que todo se quede en un ''lo que pudo ser y finalmente no fue'' constante. Miedo a que la soledad sea la única que permanezca a nuestro lado; a que no podamos volver a amar de la misma forma, como lo hicimos con esa persona. Sin darnos cuenta, el miedo se apodera de nosotros, impidiéndonos avanzar, sin poder arriesgar por si podemos perder. En todos los sentidos, esa sensación está presente en nuestro interior. Si todo va bien, tenemos miedo a que desaparezca y cuando ya ha desaparecido, también, porque no sabemos qué puede pasar. Tenemos miedo a lo desconocido, a lo que no tenemos información, y a que nos hagan daño. Todos tenemos aún esa herida sin cicatrizar que convive con nosotros mismos. Pero para eso, hay que seguir el camino que nos hemos marcado, hay que luchar. Y eso mismo, iba a hacer yo. Despúes de pensar durante horas, se despertó. Nuestras miradas se cruzaron y hablaron de por sí solas, apoderándose el silencio entre nosotros. Por unos milésimas de segundo, creí que el mundo había desaparecido y que sólo existíamos únicamente los dos, aunque duró poco. Volvimos a parar pero esta vez en mitad de una ciudad y él y yo nos quedamos dentro del coche. En ese momento, supe que la suerte estaba de mi parte. Esta vez fue él quien me acarició la cara, los labios, con la mirada fija en mí, acompañado de una sonrisa. Poco a poco me acerqué a él y... Sí, nos besamos. En un acto de locura, y entre risas y comiéndonos con la mirada, nos fugamos. Nos fuimos lejos, donde nadie nos molestase, creando un mundo sólo para nosotros. Nunca supe a dónde me iba a llevar ese coche del que inconscientemente me subí una mañana cualquiera, sólo sé que estaba destinada a conocerle. Quizá ahí esté la respuesta. Nunca dejé que el miedo me venciera, ¿Y tú, vas a hacer lo mismo?

martes, 2 de julio de 2013

Relato.

Me senté a su lado pero vi como todo había cambiado. Ya no era el mismo, ni yo tampoco. El tiempo, la rutina y la monotonía nos había consumido por completo. Ya no había nada, y todo se me escapaba de las manos. Sentí la misma sensación de pequeña, cuando como una ilusa, intentaba atrapar al viento pero no pude, nunca pude. Entonces decidí irme lejos, muy lejos, donde los recuerdos no me alcanzasen, donde podría gritar todo lo que quisiera, desahogándome, y tener la ilusión de que alguien me escuchase, y por un momento, por un milésimo momento, sentirme libre. Estoy encarcelada a mis sentimientos, donde la esperanza tan solo es un rayito de luz que alumbra una pequeña parte de mí, pero no del todo. No me siento mal, ni culpable porque todo haya acabado en un simple adiós, esta vez no. Yo misma lo dejé en manos del destino, y decidió por mí. Sí, es de cobardes eso de creer en el destino, la suerte, y múltiples chorradas más, pero todo tiene un por qué. Supongo que hay algo, o mejor dicho, alguien que realmente merezca la pena y esté escondido por algún rincón del mundo, esperando a que le encuentre y así sentirme llena, no feliz, sino llena. La felicidad se encuentra en los pequeños detalles como en una simple sonrisa, una mirada... La felicidad está en la persona o personas, que pensáis ahora mismo, que están pasando por tu mente, que hace que tu realidad sea mas llevadera, más fácil y mejor. Pero finalmente, me fui a lo más alto de una montaña donde sólo resonaba el eco de mi voz y donde sólo me acompañaba mi propia sombra. Realmente lo necesitaba. Estaba aborde de un precipicio, apunto de saltar, como adrenalina que permanecía constantemente en mi estómago, o así al menos me sentía. Me quedé allí por un tiempo, escondida, soñando con lo que quiero ser y lo que soy, comparándome, y esperando a no encontrar a alguien, sino que alguien me encuentre a mí.

Relato.

Una noche más, tumbado en la cama con mi música alta, mis pensamientos y yo, yo y mis pensamientos... Sin nadie más, metido en mi propio mundo. Pero algo me hizo volver a la realidad, a esa realidad a la que odiamos y llamamos vida. Sentí miedo, es más, lo tuve en frente de mí, como retándome, como diciéndome '' Eh, aquí estoy yo'' y me sentí mal, hasta conmigo mismo. Supongo que a eso se le llama impotencia, porque a veces querer no es poder, sino un quiero y no puedo constante. En un simple segundo, tembló toda la casa y tembló mi cuerpo entero. Fue muy rápido todo. Duró minutos pero para mí duró una eternidad, un infierno. Bajé las escaleras lo más rápido posible antes de quedarme atrapado allí. Salí, estaba ya sano y salvo, pero algo me hizo regresar y volver a luchar con más fuerza aún: ella. No podía dejarla ahí y aunque ya habían trozos de ladrillos por el suelo y sabía que se podía desplomar en cualquier momento, tenía la necesidad de encontrarla, de querer retenerla siempre a mi lado y no me imaginaba perderla para siempre, no quería. Nada más volver a entrar, la oí gritando atrapada entre los escombros y lo que quedaba en pie, sin poder salir. Mi corazón parecía que se iba a ir de mi pecho, y me costaba mantener el equilibrio así que me agarraba a lo que podía, intentando que no se cayera todo encima mía. Finalmente, llegué a donde estaba y tuve que echar la puerta abajo lo más veloz posible para que pudiésemos correr los dos, juntos. Pero tardé demasiado tiempo y se oyó como la pared de esa habitación se desquebrajaba por instantes. Dejó de gritar. Pero entonces, empecé a gritar yo. Sólo repetía su nombre, una y otra vez, con más fuerza, mientras retiraba todo para poder entrar. Cuando por fin lo conseguí, la vi tirada en el suelo entre polvo y trozos de muebles. Inmediatamente la cogí y mientras superaba todos los obstáculos de por medio, la miraba de reojo. Estaba tan guapa como siempre. Todo seguía temblando, y se iba cayendo a medida de que iba avanzando. No me importaba, sólo quería salir de allí cuanto antes, con ella. Y lo conseguí. Gané mi propia batalla con el miedo, pero me daba igual. Estaba muerto en vida, porque ella no reía, no lloraba ni tan siquiera gritaba. Sólo guardaba silencio. Por fin, dejó de temblar todo y vi como mi casa se derrumbaba por completo. Pero no estaba centrado en eso, ni tan siquiera me importó. Estaba tumbada en el suelo, la acaricié la cara mientras yo no paraba de llorar, haciendo lo que sea para que recobrara el pulso, para que no se fuera, aún no, era pronto. Se oía desde lejos los gritos de desesperación de la gente. Y todo estaba despejado porque ya no había edificios, sino trozos de piedras esparcidos por todas partes. Las sirenas de las ambulancias sonaban lejos, pero cerca. Así que recé. No paraba de hacerla esos masajes cardíacos en el pecho que veía por la tele cada mañana aburrida en mi sofá, haciéndola el boca a boca desesperadamente, poniendo en práctica todos los ejercicios que recordaba en series de médicos, que creía tonterías. Pero funcionó. Volvió a hablarme, a decir mi nombre casi en susurro, dolorida por las heridas que recubrían algunas partes de su cuerpo y la abracé con cuidado mientras me quitaba las lágrimas de la cara y el mundo para mí, desapareció, menos nosotros. Entonces, volví a la vida.  

Relato.

 Me escondí en el primer sitio que encontré y me sentí aliviada, aliviada de que no me pillasen y en cierto modo, me siento a salvo. Suspiro, mientras que empieza a llover y siento cada gota cayendo por mi cara y por cada parte de mi cuerpo. Pasé un tiempo sumergida en mis pensamientos, haciéndolo en silencio, aunque lo quisiera hacer a gritos, para desahogarme. Decidí levantarme, ya no rondaban por ahí, así que empece a andar, sin rumbo, dejándome llevar. Siempre he soñado en vivir en una casita de campo, aislada de todo el mundo, y con él. Nos imagino en un trigal, riendo y jugando como niños, escondiéndome para que cuando me alcance, me de un besos de esos inesperados. Supongo que soy una ilusa, pero espero algún día poder cumplirlo. Aunque siempre termino huyendo, quizás no quiero que me alcancen, quizás no esté preparada. Joder, están allí otra vez. Empiezo a correr, volviendo a buscar un nuevo escondite, esto no es vida. Me lo repito cada día, pero tampoco hago nada para remediarlo. Está vez, no tuve suerte: me alcanzaron. Me tiembla todo, no soy capaz de decir ninguna palabra sin que me temblara la voz, imaginándome lo peor. De camino a aquella casa, vi como mi libertad se quedaba atrás, y no podía hacer nada. Impotencia. Me metieron una habitación, sin apenas luz. Sí, estáis pensando bien, me secuestraron. ¿Qué por qué? Ni yo misma lo sé. Con dieciséis me escapé de mi propia casa y que ahora añoro, me dejé en manos del destino, creyendo que sería bueno conmigo, pero una vez más, vivo de mis propios pensamientos, ilusa como siempre. Han pasado dos días y siento como me voy desvaneciendo por momentos, atada de menos y pies a unas simples cuerdas, pasando por mi cabeza cada momento de mi vida, pero a cámara lenta, como una película de la cual no disfruto, sino que me va torturando, viendo lo feliz que era y lo mal que estoy ahora. Las cosas cambian. No tengo escapatoria y si la hubiera, tampoco tendría fuerzas, está vez he dejado eso de arriesgarme a un lado, aparcado junto a mis esperanzas y por una vez, a mis ilusiones, como si de un golpe me hubiesen mandado a la realidad. Estoy en el suelo, tirada, arrastrada, sin saber tan siquiera un por qué, con la boca seca, sintiendo como la vida se escapa de mis manos, sin tan siquiera haber vivido. Las únicas vistas que tengo son cuatro paredes, como si fuese una prisión, viendo un pequeño rayo de luz abajo en la puerta. Sólo oigo pisadas. Y creo que se han olvidado de mí, de mi existencia, como el resto del mundo. Pero para mi sorpresa, se abre y un chico con la cara tapada me da una bandeja de asquerosa comida barata y se va, pero se le cae algo. En un segundo, recuperé mi esperanza y vi un móvil caer. Rápidamente me arrastré hasta llegar a él y marqué el número de emergencias, dando detalles de todo,en bajito casi en susurro, para haber si me podrían encontrar. Lo dejaron en incógnita y por un momento, tuve ganas de luchar y superarme. Pensé de nuevo, así que me guardé el móvil como pude. En unas horas, mi pesadilla acabó, me encontraron. Empecé a llorar como nunca, como una niña pequeña, y sonreí. Vi mi libertad pasar por la puerta, y después de todo, entendí el significado de la vida, simplemente, lucha. Hoy estás abajo, pero mañana puedes estar arriba.