Me subí a ese coche sin pensar las
consecuencias que eso conllevaba. Me dejé guiar por mi instinto,
pero no siempre acierta. No sabía a dónde iba, ni quiénes eran,
pero no me importaba, ni estaba asustada. A veces, empezar de cero es
de cobardes. En otras, es necesario, la única opción de que los
recuerdos, por un momento, dejen de dolerte. Y supongo que mi herida
aún estaba abierta, como si yo misma indagara en ella. La misma
herida que me hice con el paso de los años, del tiempo. Quizás fue
un error haberme subido en aquel coche, pero tan sólo era otro más
entre tantos que aún ni he asimilado, ni he aprendido. Veía el
paisaje tras el cristal, lo contemplaba fijándome en cada detalle,
por milésimo que fuera, apreciándolo. Mientras, el silencio se
apoderaba de todos los que estábamos en el mismo coche sin decir ni
una palabra, sólo oyendo el ruido de nuestra respiración, con la
cabeza en otra parte, pensando. Fuésemos, donde fuésemos, sabía
que era lejos y no sé por qué, pero me gustó. Después de horas,
paramos en un bar en medio del campo. No había casi nadie en él,
solo un hombre intentando encontrar su suerte en una tragaperras,
tragando sus monedas, y su orgullo. Me quedé un rato mirándole,
hasta que se dio cuenta. Clavó su mirada en mí y pude contemplar
sus ojos azules llenos de desilusión y batallas perdidas con el
propio destino. Mantuve mi mirada firme, y volvió a lo suyo. No dejé
de mirarle. Seguía pulsando botones sin saber muy bien a cuál tenía
que dar, con la mirada perdida en el juego, ilusionándose por
momentos, desilusionándose por segundos, todo el rato. Después de
unos minutos, me agarraron el brazo y me llevaron de vuelta al coche,
yo no me negué, ni tan siquiera me revelé, asentí y obedecí. La
intriga de a dónde iba a ir, qué iba a ser de mí, seguía ahí,
reconcomiéndome por dentro muy poco a poco. Perdida en mis
pensamientos, o mejor dicho, perdida en sí, seguía haciéndome la
misma pregunta: ¿Por qué? Pero en cuestión de minutos, uno de los
chicos se apoyó en mí tras haberse quedado dormido. Le miré y le
aparté en caricia los mechones rubios que caían por su cara,
lentamente. Me gustó la sensación, así que volví a acariciarle la
cara suavemente, una y otra vez. ¿Me había gustado la sensación de
tener a alguien a mi lado, o realmente he sentido a lo que hoy en día
llaman flechazo? En mi rostro apareció una pequeña sonrisa que dio
respuesta a mi pregunta. Sentí miedo y felicidad a la vez, como
apunto de caer sin saber si al final estará esa persona para
cogerte. He visto con mis propios ojos, a muchísima gente
arriesgándose por lo que quería, querer darlo todo por una sola
persona aún existiendo millones en la Tierra. He visto como se han
querido de verdad y han acabado odiándose. He sentido que el amor y
el odio están en el mismo puente, uno a cada extremo, y tú decides
a qué dirección quieres ir y con quién o con quiénes. Con todo
esto, quiero decir que si amas, tendrás miedo. Miedo a que un día
se acabe todo como empezó. Miedo a quedar preso en un pasado
continuo, a que todo se quede en un ''lo que pudo ser y finalmente no
fue'' constante. Miedo a que la soledad sea la única que permanezca
a nuestro lado; a que no podamos volver a amar de la misma forma,
como lo hicimos con esa persona. Sin darnos cuenta, el miedo se
apodera de nosotros, impidiéndonos avanzar, sin poder arriesgar por
si podemos perder. En todos los sentidos, esa sensación está
presente en nuestro interior. Si todo va bien, tenemos miedo a que
desaparezca y cuando ya ha desaparecido, también, porque no sabemos
qué puede pasar. Tenemos miedo a lo desconocido, a lo que no tenemos
información, y a que nos hagan daño. Todos tenemos aún esa herida
sin cicatrizar que convive con nosotros mismos. Pero para eso, hay
que seguir el camino que nos hemos marcado, hay que luchar. Y eso
mismo, iba a hacer yo. Despúes de pensar durante horas, se despertó.
Nuestras miradas se cruzaron y hablaron de por sí solas,
apoderándose el silencio entre nosotros. Por unos milésimas de
segundo, creí que el mundo había desaparecido y que sólo
existíamos únicamente los dos, aunque duró poco. Volvimos a parar
pero esta vez en mitad de una ciudad y él y yo nos quedamos dentro
del coche. En ese momento, supe que la suerte estaba de mi parte.
Esta vez fue él quien me acarició la cara, los labios, con la
mirada fija en mí, acompañado de una sonrisa. Poco a poco me
acerqué a él y... Sí, nos besamos. En un acto de locura, y entre
risas y comiéndonos con la mirada, nos fugamos. Nos fuimos lejos,
donde nadie nos molestase, creando un mundo sólo para nosotros.
Nunca supe a dónde me iba a llevar ese coche del que
inconscientemente me subí una mañana cualquiera, sólo sé que
estaba destinada a conocerle. Quizá ahí esté la respuesta. Nunca
dejé que el miedo me venciera, ¿Y tú, vas a hacer lo mismo?
lunes, 29 de julio de 2013
martes, 2 de julio de 2013
Relato.
Me senté a su lado pero vi como todo
había cambiado. Ya no era el mismo, ni yo tampoco. El tiempo, la
rutina y la monotonía nos había consumido por completo. Ya no había
nada, y todo se me escapaba de las manos. Sentí la misma sensación
de pequeña, cuando como una ilusa, intentaba atrapar al viento pero
no pude, nunca pude. Entonces decidí irme lejos, muy lejos, donde
los recuerdos no me alcanzasen, donde podría gritar todo lo que
quisiera, desahogándome, y tener la ilusión de que alguien me
escuchase, y por un momento, por un milésimo momento, sentirme
libre. Estoy encarcelada a mis sentimientos, donde la esperanza tan
solo es un rayito de luz que alumbra una pequeña parte de mí, pero
no del todo. No me siento mal, ni culpable porque todo haya acabado
en un simple adiós, esta vez no. Yo misma lo dejé en manos del
destino, y decidió por mí. Sí, es de cobardes eso de creer en el
destino, la suerte, y múltiples chorradas más, pero todo tiene un
por qué. Supongo que hay algo, o mejor dicho, alguien que realmente
merezca la pena y esté escondido por algún rincón del mundo,
esperando a que le encuentre y así sentirme llena, no feliz, sino
llena. La felicidad se encuentra en los pequeños detalles como en
una simple sonrisa, una mirada... La felicidad está en la persona o
personas, que pensáis ahora mismo, que están pasando por tu mente,
que hace que tu realidad sea mas llevadera, más fácil y mejor. Pero
finalmente, me fui a lo más alto de una montaña donde sólo
resonaba el eco de mi voz y donde sólo me acompañaba mi propia
sombra. Realmente lo necesitaba. Estaba aborde de un precipicio,
apunto de saltar, como adrenalina que permanecía constantemente en
mi estómago, o así al menos me sentía. Me quedé allí por un
tiempo, escondida, soñando con lo que quiero ser y lo que soy,
comparándome, y esperando a no encontrar a alguien, sino que alguien
me encuentre a mí.
Relato.
Una noche más, tumbado en la cama con
mi música alta, mis pensamientos y yo, yo y mis pensamientos... Sin
nadie más, metido en mi propio mundo. Pero algo me hizo volver a la
realidad, a esa realidad a la que odiamos y llamamos vida. Sentí
miedo, es más, lo tuve en frente de mí, como retándome, como
diciéndome '' Eh, aquí estoy yo'' y me sentí mal, hasta conmigo
mismo. Supongo que a eso se le llama impotencia, porque a veces
querer no es poder, sino un quiero y no puedo constante. En un simple
segundo, tembló toda la casa y tembló mi cuerpo entero. Fue muy
rápido todo. Duró minutos pero para mí duró una eternidad, un
infierno. Bajé las escaleras lo más rápido posible antes de
quedarme atrapado allí. Salí, estaba ya sano y salvo, pero algo me
hizo regresar y volver a luchar con más fuerza aún: ella. No podía
dejarla ahí y aunque ya habían trozos de ladrillos por el suelo y
sabía que se podía desplomar en cualquier momento, tenía la
necesidad de encontrarla, de querer retenerla siempre a mi lado y no
me imaginaba perderla para siempre, no quería. Nada más volver a
entrar, la oí gritando atrapada entre los escombros y lo que quedaba
en pie, sin poder salir. Mi corazón parecía que se iba a ir de mi
pecho, y me costaba mantener el equilibrio así que me agarraba a lo
que podía, intentando que no se cayera todo encima mía. Finalmente,
llegué a donde estaba y tuve que echar la puerta abajo lo más veloz
posible para que pudiésemos correr los dos, juntos. Pero tardé
demasiado tiempo y se oyó como la pared de esa habitación se
desquebrajaba por instantes. Dejó de gritar. Pero entonces, empecé
a gritar yo. Sólo repetía su nombre, una y otra vez, con más
fuerza, mientras retiraba todo para poder entrar. Cuando por fin lo
conseguí, la vi tirada en el suelo entre polvo y trozos de muebles.
Inmediatamente la cogí y mientras superaba todos los obstáculos de
por medio, la miraba de reojo. Estaba tan guapa como siempre. Todo
seguía temblando, y se iba cayendo a medida de que iba avanzando. No
me importaba, sólo quería salir de allí cuanto antes, con ella. Y
lo conseguí. Gané mi propia batalla con el miedo, pero me daba
igual. Estaba muerto en vida, porque ella no reía, no lloraba ni tan
siquiera gritaba. Sólo guardaba silencio. Por fin, dejó de temblar
todo y vi como mi casa se derrumbaba por completo. Pero no estaba
centrado en eso, ni tan siquiera me importó. Estaba tumbada en el
suelo, la acaricié la cara mientras yo no paraba de llorar, haciendo
lo que sea para que recobrara el pulso, para que no se fuera, aún
no, era pronto. Se oía desde lejos los gritos de desesperación de
la gente. Y todo estaba despejado porque ya no había edificios, sino
trozos de piedras esparcidos por todas partes. Las sirenas de las
ambulancias sonaban lejos, pero cerca. Así que recé. No paraba de
hacerla esos masajes cardíacos en el pecho que veía por la tele
cada mañana aburrida en mi sofá, haciéndola el boca a boca
desesperadamente, poniendo en práctica todos los ejercicios que
recordaba en series de médicos, que creía tonterías. Pero
funcionó. Volvió a hablarme, a decir mi nombre casi en susurro,
dolorida por las heridas que recubrían algunas partes de su cuerpo
y la abracé con cuidado mientras me quitaba las lágrimas de la cara
y el mundo para mí, desapareció, menos nosotros. Entonces, volví a
la vida.
Relato.
Me escondí en el primer sitio que
encontré y me sentí aliviada, aliviada de que no me pillasen y en
cierto modo, me siento a salvo. Suspiro, mientras que empieza a
llover y siento cada gota cayendo por mi cara y por cada parte de mi
cuerpo. Pasé un tiempo sumergida en mis pensamientos, haciéndolo en
silencio, aunque lo quisiera hacer a gritos, para desahogarme. Decidí
levantarme, ya no rondaban por ahí, así que empece a andar, sin
rumbo, dejándome llevar. Siempre he soñado en vivir en una casita
de campo, aislada de todo el mundo, y con él. Nos imagino en un
trigal, riendo y jugando como niños, escondiéndome para que cuando
me alcance, me de un besos de esos inesperados. Supongo que soy una
ilusa, pero espero algún día poder cumplirlo. Aunque siempre
termino huyendo, quizás no quiero que me alcancen, quizás no esté
preparada. Joder, están allí otra vez. Empiezo a correr, volviendo
a buscar un nuevo escondite, esto no es vida. Me lo repito cada día,
pero tampoco hago nada para remediarlo. Está vez, no tuve suerte: me
alcanzaron. Me tiembla todo, no soy capaz de decir ninguna palabra
sin que me temblara la voz, imaginándome lo peor. De camino a
aquella casa, vi como mi libertad se quedaba atrás, y no podía
hacer nada. Impotencia. Me metieron una habitación, sin apenas luz.
Sí, estáis pensando bien, me secuestraron. ¿Qué por qué? Ni yo
misma lo sé. Con dieciséis me escapé de mi propia casa y que ahora
añoro, me dejé en manos del destino, creyendo que sería bueno
conmigo, pero una vez más, vivo de mis propios pensamientos, ilusa
como siempre. Han pasado dos días y siento como me voy desvaneciendo
por momentos, atada de menos y pies a unas simples cuerdas, pasando
por mi cabeza cada momento de mi vida, pero a cámara lenta, como una
película de la cual no disfruto, sino que me va torturando, viendo
lo feliz que era y lo mal que estoy ahora. Las cosas cambian. No
tengo escapatoria y si la hubiera, tampoco tendría fuerzas, está
vez he dejado eso de arriesgarme a un lado, aparcado junto a mis
esperanzas y por una vez, a mis ilusiones, como si de un golpe me
hubiesen mandado a la realidad. Estoy en el suelo, tirada,
arrastrada, sin saber tan siquiera un por qué, con la boca seca,
sintiendo como la vida se escapa de mis manos, sin tan siquiera haber
vivido. Las únicas vistas que tengo son cuatro paredes, como si
fuese una prisión, viendo un pequeño rayo de luz abajo en la
puerta. Sólo oigo pisadas. Y creo que se han olvidado de mí, de mi
existencia, como el resto del mundo. Pero para mi sorpresa, se abre y
un chico con la cara tapada me da una bandeja de asquerosa comida
barata y se va, pero se le cae algo. En un segundo, recuperé mi
esperanza y vi un móvil caer. Rápidamente me arrastré hasta llegar
a él y marqué el número de emergencias, dando detalles de todo,en
bajito casi en susurro, para haber si me podrían encontrar. Lo
dejaron en incógnita y por un momento, tuve ganas de luchar y
superarme. Pensé de nuevo, así que me guardé el móvil como pude.
En unas horas, mi pesadilla acabó, me encontraron. Empecé a llorar
como nunca, como una niña pequeña, y sonreí. Vi mi libertad pasar
por la puerta, y después de todo, entendí el significado de la
vida, simplemente, lucha. Hoy estás abajo, pero mañana puedes estar
arriba.
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