martes, 2 de julio de 2013

Relato.

Me senté a su lado pero vi como todo había cambiado. Ya no era el mismo, ni yo tampoco. El tiempo, la rutina y la monotonía nos había consumido por completo. Ya no había nada, y todo se me escapaba de las manos. Sentí la misma sensación de pequeña, cuando como una ilusa, intentaba atrapar al viento pero no pude, nunca pude. Entonces decidí irme lejos, muy lejos, donde los recuerdos no me alcanzasen, donde podría gritar todo lo que quisiera, desahogándome, y tener la ilusión de que alguien me escuchase, y por un momento, por un milésimo momento, sentirme libre. Estoy encarcelada a mis sentimientos, donde la esperanza tan solo es un rayito de luz que alumbra una pequeña parte de mí, pero no del todo. No me siento mal, ni culpable porque todo haya acabado en un simple adiós, esta vez no. Yo misma lo dejé en manos del destino, y decidió por mí. Sí, es de cobardes eso de creer en el destino, la suerte, y múltiples chorradas más, pero todo tiene un por qué. Supongo que hay algo, o mejor dicho, alguien que realmente merezca la pena y esté escondido por algún rincón del mundo, esperando a que le encuentre y así sentirme llena, no feliz, sino llena. La felicidad se encuentra en los pequeños detalles como en una simple sonrisa, una mirada... La felicidad está en la persona o personas, que pensáis ahora mismo, que están pasando por tu mente, que hace que tu realidad sea mas llevadera, más fácil y mejor. Pero finalmente, me fui a lo más alto de una montaña donde sólo resonaba el eco de mi voz y donde sólo me acompañaba mi propia sombra. Realmente lo necesitaba. Estaba aborde de un precipicio, apunto de saltar, como adrenalina que permanecía constantemente en mi estómago, o así al menos me sentía. Me quedé allí por un tiempo, escondida, soñando con lo que quiero ser y lo que soy, comparándome, y esperando a no encontrar a alguien, sino que alguien me encuentre a mí.

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